El metro cuadrado - por Luis Franco

31 OCT | por : Fearca

Las grandes causas universales versus las pequeñas cosas cotidianas

Hace un par de años se instaló en un local de la planta baja del edificio en donde vivo un comercio de venta de productos naturales. Se trataba de un negocio muy bien decorado, con anaqueles muy vistosos, iluminación muy cálida, plantas y flores en cada rincón, en fin, un establecimiento muy atractivo que invitaba a entrar. Un día lo visité y compré algunos de los productos que se ofrecían. Al llegar al mostrador para pagar tuve que esperar unos minutos y me entretuve con ciertos folletos que estaban a disposición para que los clientes los tomaran. En uno de ellos se hablaba de las ventajas de la alimentación vegetariana, de lo extraordinario del “veganismo” y cosas por el estilo. Al llegar a la caja, el dueño de la tienda, luego de saludarme, me interrogó amablemente sobre mi situación alimentaria y, casi sin dejarme contestar, avanzó con un cerrado discurso sobre la conservación de la salud, las ventajas de los productos orgánicos y la tragedia “de lo que se come en estos días”. Le hice un par de preguntas por el solo hecho de alimentar el debate, digamos que asumí un rol de “abogado del diablo, como se suele decir, defendiendo la dieta múltiple pero equilibrada y las ventajas de la sociedad moderna en términos de expectativa de vida. Como esperaba, mi circunstancial interlocutor desarrolló una serie de teorías que no dejaron de lado la ecología, la “perversa biotecnología” y hasta la mismísima cibernética que “quién sabe a dónde nos llevará”, mientras pasaba los productos por el lector de código de barras de su registradora de última generación. Sus posturas eran muy determinadas y no estaba demasiado dispuesto a claudicar en su lucha por salvar al mundo.

Unas semanas después, al salir de mi cochera encontré una camioneta estacionada obstruyendo el paso; toqué bocina, miré uno y otro lado, me bajé, fui al comercio de la izquierda, pregunté si el auto pertenecía a algún cliente sin recibir respuesta; luego me dirigí al otro comercio, el “naturista” e hice lo mismo; allí me encontré con el dueño del vehículo, un proveedor que entregaba mercadería y esperaba cobrar, quien me dijo: “ya se lo saco, jefe ...”. El propietario del negocio me miró y sonrió sin emitir palabra. Me di vuelta, caminé al auto, subí y esperé varios minutos hasta que pude seguir mi camino. Lo mismo me sucedería en otras oportunidades. En la más reciente, acudí al establecimiento de comidas “sanas” y le pedí al propietario que tomara alguna medida para que sus proveedores y/o clientes no estacionaran en la salida de la cochera que, por otra parte, está en una cuadra con prohibición de estacionar. El hombre, que recordemos promovía la mejor calidad de vida y pretendía persuadir a todos para que construyéramos un mundo mejor, me contestó de mala forma recriminándome que no lo había saludado al entrar y que el tema con los autos ocurría muy de vez en cuando y sólo por unos segundos, que debía tener más paciencia, etc. En otras palabras: no estaba dispuesto a resolver un problema simple que lo tenía como ineludible responsable.

Muchas veces estamos enrolados en la causa de salvar la humanidad, buscamos cambios trascendentales que prometen maravillas o mejorarían las condiciones de las personas de manera decisiva, pero, paradójicamente, no nos interesa cuidar el metro cuadrado en el que estamos parados y respetar el metro cuadrado de nuestro vecino. Buscamos lo más, pero no hacemos lo menos, lo que está a nuestro alcance, lo posible, lo abordable.

Jesús dijo (y repite) “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22.39), esa idea, máxima o concepto es comprendido a veces como “amarás a tu próximo ...”, al que está cerca, pegado a nosotros. No hace falta corroborar el texto bíblico porque todos, quien más quien menos ha escuchado este sabio consejo. Sin embargo, se hace muy poco al respecto. Se suele aplaudir la cita y hasta repetirla, pero no se pasa a la acción que propone y ni siquiera se respeta mínimamente al otro.

¿No sería mejor empezar por luchas pequeñas de cambios personales y posibles antes de embarcarse en las causas que cambiarían a la humanidad? No nos confundamos, el cambio empieza aquí, hoy y conmigo. Convivir y mejorar es una iniciativa propia que sólo tiene que ver con lo que yo debo hacer, para luego apuntar más allá de nosotros mismos.

Tengamos cuidado y observemos, ya que muchas veces las luchas radicalizadas se disfrazan de propuestas de una vida mejor que requiere no sólo renunciar a lo que nos ha sido familiar y útil desde siempre, sino a combatirlo a como dé lugar. Un buen ejercicio que generalmente ayuda a desenmascarar las verdaderas intenciones de activistas extremos, es ver cómo se comporta nuestro interlocutor en el metro cuadrado en el que vive, ya que los dobles discursos no suelen demorar mucho en quedar en evidencia. Si un activista promueve un gran cambio, una revolución radical, debería primero ser ejemplo vivo de lo que propone y, como mínimo, respetar al prójimo.


REVISTA AVIACION AGRICOLA, EDICION Nº 23.

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